domingo, 25 de noviembre de 2007

Hace mucho, mucho tiempo....

...El mundo dormía en un vacío oscuro. De esta nada, el Espíritu dibujó y creó con un amor infinito a nuestra Diosa . La Diosa bailó entre los cielos y sus pies se movían al ritmo de toda la creación. Destellos de luz se exhalaban de su cabellera y proporcionaron luz a las estrellas y a los planetas. Mientras se contorneaba, estos cuerpos celestes empezaron a danzar junto a ella la sinfonía divina del universo. Al acelerar el ritmo del baile, formó los mares y las montañas de la Tierra. Recitó versos de amor y de gloria y, a medida que estos sonidos caían sobre la tierra, los árboles y las flores empezaron a crecer. De luz blanca y pura de su aliento nacieron los colores del universo, lo que tintó todo lo que nos rodea de una belleza turbadora. De la cosquilleante sonrisa que ascendía por su garganta, brotaron los sonidos del agua cristalina de los riachuelos, las amables vibraciones ondulantes del lago y los susurros de los océanos. Sus lágrimas de dicha se convirtieron en as lluvias que nos dan vida. Y cuando su danza se tornó más lenta y la Diosa buscó compañía para compartir todas las maravillas del universo, el Espíritu creó al Dios para que fuera el compañero de su vida y le hiciera compañía. Como ella quería tanto a la Tierra, el Espíritu creó a su compañero mitad espíritu, mitad animal para que juntos, pudieran poblar nuestro planeta. El poder del Dios pasó por ella y esparció sus bendiciones. Juntos, dieron a luz a los pájaros, a los animales, a los peces y a las personas de nuestro mundo. Para proteger y guiar a los seres humanos, craron a los ángles y a los espíritus poderosos, cuyas energías siempre caminan entre nosotros, aunque normalmente no las veamos. La Diosa dió a cada pájaro una canción mágica y el Dios a cada animal el don del instinto de supervivencia. Cuando el mundo se volvió oscuro por las creaciones humanas nacidas de la ignorancia y del odio, la Diosa se encarnó en la Luna para representar la luz de su paz, mientras que el Dios tomó la forma vibrante del Sol para simbolizar la fotaleza del amor perfecto.